Los registros históricos conocidos sitúan el origen de la kombucha en el noreste de China, alrededor del año 220 a. C., en donde se preparaba como una bebida medicinal denominada «hóngchájūn» (hongo del té rojo, que en Occidente se conoce como té negro).

Aromas y sabores de la kombucha
Aromas y sabores de la kombucha

La técnica tradicional de su elaboración implica la fermentación de té endulzado mediante un cultivo de bacterias (Acetobacter y Gluconobacter) y levaduras (Saccharomyces cerevisiae, Zygosaccharomyces y Brettanomyces) combinadas en un cultivo simbiótico llamado SCOBY (Symbiotic Culture of Bacteria and Yeast).

Todo el proceso se desarrolla durante un periodo de fermentación que puede durar entre 7 y 30 días, durante el cual se producen una serie de reacciones bioquímicas complejas que transforman el perfil organoléptico del té base utilizado.

En una primera fase, las levaduras convierten los azúcares en etanol y dióxido de carbono. Luego, las bacterias oxidan el etanol en ácido acético y otros ácidos orgánicos (glucónico, láctico y málico).

Esta fermentación mixta finalmente genera una rica combinación de compuestos volátiles y no volátiles que afectan profundamente tanto el aroma como el sabor de la bebida final.

Aromas de la kombucha

El aroma de la kombucha es el resultado de una compleja interacción entre el tipo de té utilizado, el proceso de fermentación y la producción de compuestos volátiles generados por la acción del SCOBY.

Esta complejidad ha sido analizada utilizando cromatografía de gases acoplada a espectrometría de masas (GC-MS), que ha identificado más de 80 compuestos aromáticos distintos en fermentaciones completas.

A nivel sensorial, estas características se pueden agrupar en tres categorías principales.

1. Aromas primarios

Los aromas primarios provienen del tipo de té empleado como base. En el caso del té negro, se perciben notas maltosas, cálidas y terrosas, generadas por compuestos como las teaflavinas y tearubiginas.

Cuando se utiliza té verde o blanco, la infusión produce un espectro más vegetal, con notas de heno, flores blancas, algas marinas y brotes frescos.

Estos matices están asociados a alcoholes terpénicos como linalol, geraniol y nerol, además de aldehídos como hexanal y citral.

El azúcar, aunque transformado durante la fermentación, deja un rastro olfativo tenue que puede recordar a miel clara o caramelo pálido, especialmente en fermentaciones cortas.

Esta nota está relacionada con la presencia de furfural y metilfurano, compuestos que pueden desarrollarse en contacto con el calor o la oxidación.

2. Aromas secundarios

A medida que la fermentación avanza, el metabolismo de las levaduras y bacterias genera una familia adicional de compuestos volátiles responsables de los llamados aromas secundarios.

Las levaduras, en particular Brettanomyces, producen ésteres frutales como acetato de isoamilo (banana madura), acetato de etilo (pera), butirato de etilo (piña) y hexanoato de etilo (manzana verde).

Simultáneamente, se desarrollan alcoholes superiores como feniletanol (rosa), alcohol bencílico (almendra dulce) y compuestos carbonílicos como diacetilo, que aporta una nota cremosa o láctica en pequeñas concentraciones.

Las bacterias acéticas, por su parte, generan ácido acético, que no solo otorga la acidez típica de la kombucha, sino que también contribuye al perfil aromático que recuerda al vinagre de sidra o al vermut oxidado.

En fermentaciones cuidadosamente controladas, también pueden emerger notas especiadas y balsámicas, como clavo, nuez moscada o cardamomo, resultado de la interacción entre los compuestos fenólicos del té y los productos de la fermentación secundaria.

3. Aromas terciarios

Cuando la kombucha se somete a una segunda fermentación (refermentación en botella) o a un envejecimiento prolongado, puede desarrollar aromas terciarios de notable profundidad.

En este punto aparecen notas de cuero curtido, hongos secos, tierra húmeda y fermento salvaje, características también observadas en cervezas tipo Lambic, vinos naturales o sake añejo.

Estos aromas son desarrollados a partir de la acción de levaduras no convencionales como Pichia y Candida, así como del lento desarrollo de compuestos como guaiacol (humo), ácido vanílico (vainilla), fenol (tinta, resina) y otros compuestos nitrogenados complejos.

En preparaciones que utilizan té pu-erh o té oolong, la oxidación controlada de las hojas aporta matices umami, minerales, salinos o de caldo vegetal que se intensifican con el tiempo, elevando el perfil aromático a un nivel comparable al miso o el garum.

Sabores de la kombucha

El perfil gustativo de la kombucha es una manifestación directa de los procesos bioquímicos ocurridos durante la fermentación, modulados por el tiempo, la temperatura, el tipo de té, el azúcar y el entorno microbiano.

Desde una perspectiva gastronómica profesional, el sabor de la kombucha se puede describir en términos de acidez, dulzor residual, amargor, astringencia, umami, carbonatación y retrogusto.

1. Acidez

La acidez es el componente dominante de la kombucha y proviene de ácidos orgánicos como el ácido acético (principalmente), ácido glucónico, ácido láctico, ácido succínico y ácido málico, presentes en proporciones que varían según el perfil microbiano del SCOBY.

La acidez ideal en una kombucha equilibrada se sitúa en un pH de entre 2,5 y 3,5, lo que le confiere una viveza refrescante sin llegar a ser agresiva.

Una kombucha bien elaborada tiene una acidez polifacética que es aguda en el primer sorbo, redondeada en el centro del paladar y prolongada en la impresión final.

Estas características la convierten en un producto particularmente versátil en la cocina, ya que permite cortar la grasa de platos intensos como confit de pato o la panceta, realzar la mineralidad de los mariscos o complementar la acidez natural de las frutas frescas en algunos postres.

2. Dulzor residual

Aunque el azúcar añadido se metaboliza casi por completo en un inicio, siempre queda un residuo perceptible de dulzor residual que oscila entre 2 y 6 g/L, aportando redondez y cuerpo a la bebida, esencial para suavizar la percepción de la acidez y equilibrar la intensidad de los sabores secundarios.

A nivel técnico, la presencia de alcoholes polihídricos como el glicerol y restos de azúcares no fermentables también contribuyen a esta sensación suave y sedosa en boca.

El equilibrio entre dulzor y acidez determina la armonía general de la kombucha, similar a lo que ocurre en un Riesling seco o un cava brut nature, una dualidad que la hace especialmente útil para glaseados, reducciones y emulsiones.

3. Amargor y astringencia

El amargor en la kombucha está influido por la presencia de catequinas y taninos del té, así como por compuestos amargos generados durante la fermentación, como alcaloides y ácidos fenólicos.

El nivel de astringencia depende directamente del tipo de té. Un té negro robusto generará una kombucha más intensa, mientras que un té blanco o verde dará lugar a una bebida más sutil.

Estos componentes pueden modularse durante la segunda fermentación, incorporando ingredientes que suavicen o complementen el amargor, como frutas ácidas, raíces aromáticas (jengibre, cúrcuma) o especias florales.

La estructura tánica de la kombucha bien fermentada la hace particularmente compatible con las proteínas complejas de carnes curadas, quesos de larga maduración y platos que integran grasas animales.

4. Umami y retrogusto

Aunque en menor grado, la kombucha puede desarrollar una dimensión umami gracias a la presencia de aminoácidos libres, particularmente ácido glutámico y ácido succínico, derivados de la autólisis parcial de levaduras.

En kombuchas envejecidas, este componente se vuelve más evidente, generando una sensación de “profundidad” o persistencia, ideal para maridajes con preparaciones orientales o fermentaciones de vegetales.

El retrogusto, por su parte, se considera un factor de calidad, ya que en una kombucha madura, puede llegar a persistir entre 30 y 60 segundos en boca, dejando una estela de acidez equilibrada, notas especiadas, florales o minerales, con una textura ligera, sedosa o incluso espumosa, según la carbonatación lograda.

Carbonatación

La carbonatación en la kombucha surge de forma natural por acción de las levaduras durante la fermentación, que producen dióxido de carbono al transformar los azúcares en alcohol.

Este gas retenido en la segunda fermentación en botella, genera una efervescencia fina y vivaz que contribuye a su frescura en boca.

La calidad de la burbuja —más o menos persistente y chispeante— puede variar según el tipo de té, la duración del fermentado y el control de temperatura, influyendo directamente en la percepción del sabor y la textura.

Esta característica convierte a la kombucha en una bebida comparable, en lo sensorial, a espumantes naturales como el pét-nat o cervezas de fermentación espontánea.

Personalización del sabor

La segunda fermentación permite una amplia personalización del perfil sensorial, particularmente con la adición de frutas como frambuesa, maracuyá o higo introduciendo compuestos volátiles adicionales, como antocianinas, lactonas y aldehídos frutales.

Hierbas aromáticas como menta, albahaca o romero aportan monoterpenos como mentol, cineol y timol, que refuerzan la frescura y la complejidad.

Estas características permiten que la kombucha sea utilizada no solo para consumo como bebida, sino como ingrediente base para vinagretas ácidas con carga probiótica, líquidos de cocción para ceviches, glaseados en carnes y vegetales o como componente ácido en cócteles sin alcohol de perfil fermentado.

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Autor Carlos Uhart M.

Director de contenidos en Zythos Media™. Redactor digital especializado en cerveza y gastronomía. Autor de "Guía Práctica para Catar Cerveza" y "Cocina y Coctelería con Cerveza".

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