Jim Koch, conocido por ser el fundador y co-presidente de Boston Beer Company en Estados Unidos, reveló a todo el mundo en 2015 su secreto para tomar cerveza sin emborracharse.
La cerveza era considerada una medicina en la antigua tradición europea. En la Edad Media, los monjes se fortalecían con el llamado “zumo de cebada” y los monjes se nutrían con entre tres y cinco «medidas» de cerveza al día.
El oxígeno es un aditivo crítico en la elaboración de cerveza, ya que es el único nutriente necesario durante la fermentación que no se encuentra naturalmente en el mosto.
Una cerveza turbia comúnmente se atribuye a levadura que no se asienta, pero esta sólo es una de múltiples posibilidades. La levadura no permanece en suspensión por si sola.
La levadura Saccharomyces cerevisiae está en la cerveza, el vino y el pan, pero también en los laboratorios de investigación, ya que son los organismos que dieron inicio a la bioquímica y biología molecular modernas y siguen siendo un banco de pruebas fundamental para la ciencia.
La fermentación es el corazón del proceso de elaboración de cerveza y gracias ella el mosto creado a partir de los granos de cereal se convierte en alcohol y dióxido de carbono por acción de la levadura.
En las cortezas de lengas, coigües y araucarias del bosque patagónico se escondió, durante siglos, el eslabón perdido del que nacen todas las cervezas lager del mundo.
La levadura de cerveza tiene un alto contenido de vitamina del grupo B (B1, B2, B6, niacina y ácido fólico), fibra, así como fuentes naturales de distintos minerales como el hierro y el magnesio.
Las levaduras son más diversas de lo que creemos, existen miles de especies y habitan casi todos los ambientes naturales del planeta, siendo utilizadas en la producción alimentos y/o para producir compuestos antioxidantes y filtros solares.